En esta ocasión hemos invadido la casa (vecina) de nuestro buen amigo y pintor Antonio Gómez Ribelles. Este artista, valenciano afincado hace años en Cartagena, del cual poseemos dos obras en la propia librería, nos deja entrar (un poquito) en su mundo de pinceles solitarios, colores indispensables y melancolías propiciadas por la escasez de lluvia.

Montaña Mágica – Vamos a por el principio de todo. ¿Cómo llega una persona que pasa su juventud en Jaca a una ciudad como Cartagena?
Antonio Gómez Ribelles – Unos padres que se desplazan, amores, una casa, familia, hijos, amores, …
Siempre estoy pensando en volver al norte, tal vez como algo idealizado, como lo posible; pero aquí estoy. He de reconocer que no me siento de aquí, en ocasiones no me gusta nada, el clima me pesa, ya ves, y eso me hace crítico y pesimista. Por temporadas me vuelvo un poco más introvertido de lo que ya soy. Luego se me pasa y vivo y trabajo bien. Pero necesito la lluvia.
MM – ¿Y qué tal te tratamos por aquí?
A.G.R. – Me debo sentir bien tratado, es así. A nivel personal y artístico. Aquí he desarrollado casi completamente mi carrera y en lo personal he encontrado gente magnífica, un puñado de excelentes amigos a la que considero como mi familia, artistas con los que colaboro, poetas estupendos, gestores que confían en mí.
MM – Estarás de acuerdo, con toda la ironía del mundo, en que la crisis en la ciudad va despareciendo y que ya se ven brotes verdes. Más aún, creo que debajo de tu casa han abierto una librería. ¿Significa esto que lo de la recuperación es verdad?
A.G.R. – Quiere decir que en el mundo cultural hay mucho valiente y que se sabe que lo verdadero nace de lo local. No son sólo librerías y editoriales jóvenes, también hay asociaciones culturales, proyectos municipales, centros públicos, que luchan por extender un entramado que permanezca en sus manos y no sólo de grandes grupos.
Y en lo general no estoy tan seguro de la desaparición de la crisis, parece que se quede como algo estructural. No será verdad si no se recupera el trabajo estable y los salarios. No podemos pretender que se consuma literatura, música, arte, cultura en general, y se admita el gasto que eso requiere mientras exista una necesidad vital en gran parte de la población.
MM – Sigamos por tu faceta más conocida. Esto de la pintura, ¿te viene de familia o es una rareza personal e intransferible?
A.G.R. – Tampoco soy tan raro; pero sí, soy el único que se ha dedicado al arte. Siempre ha habido inquietudes artísticas de varias generaciones, pero como soporte vital, sólo yo.
MM – Sabrás que los escritores -especialmente los poetas- somos bastantes adictivos a la autodestrucción para invocar a la inspiración. ¿A ti te pasa lo mismo con la pintura?
A.G.R. – No, no lo creo, tal vez sea al revés. Mi trabajo artístico se basa en algo más constructivo para conseguir elaborar bien un discurso, que en muchos momentos es narrativo. La buscada depresión poética hace mucho daño a la pintura, pero el arte duele igualmente aunque parta de grandes ideas. Miquel Barceló dice que ser pintor es pasar muchos momentos infelices, y estoy de acuerdo. El proceso es duro y no siempre feliz, y cuando todo va mal lo mejor es esperar. Lo feliz es llegar a buen término, pero cuando llegas empiezas a pensar en otros proyectos que te harán pasar de nuevo momentos serios y solitarios, en eso somos iguales poetas y artistas. Y las personas cercanas lo saben y nos sufren. Así que hay, no depresión, infelicidad a veces, pero no buscada como material sino como una consecuencia asumida.
MM – Por cierto, que todos sabemos que también escribes. ¿Para cuándo una publicación?
A.G.R. – No soy escritor, aunque todos tengamos alguna novela en mente. Pero sí soy buen lector.
Lo que escribo forma parte de mi pintura en general, aunque haya excepciones. No veo mi poesía, o mis textos, como algo que pueda conformar un libro, al menos de momento. Mis intentos en ese camino se han quedado colgados. Respeto mucho la obra de los poetas para considerarme uno.
Lo que sí tengo en proyecto es un libro de imágenes que funcione como una obra de fragmentos, a los que acompañaran poemas o textos mínimos. Eso sí lo voy a hacer y no tardará mucho.
MM – Anda, cuéntanos algo de la exposición que mejor sabor te haya dejado.
A.G.R. – Dos: Una es La traición de la memoria, en el Palacio Molina de Cartagena, y la otra Palabra, lugar en el Museo de Bellas Artes de Murcia. La primera porque comenzó una temática en la que implicaba la memoria personal y familiar como proceso intelectual y artístico, por el montaje de las salas, y por la gente que me ayudó. La segunda por afianzar ese camino en todos los sentidos, incluso el literario.
MM – Oye,¿ y en el gremio de pintores hay mucha competencia ruin o sois hijos de la era de acuario?
A.G.R. – Ni happy flowers ni ruines. Cada uno lucha por su parcela y su trabajo y lo hace en privado. Conozco mucho secretismo en ese campo, es método, pero no hace ruin a nadie. Los espacios son los que hay y hay que buscarlos. Y las envidias y las críticas sabes que son tan generales como la competencia en otros ámbitos, y menores que en vosotros los poetas. Estamos, o tenemos que estar, en un escaparate, a veces hay una excesiva sobreexposición, y hay que saber apartarse para trabajar; tenemos que ver y ser vistos, pero sin perder de vista que hay que hacer un buen trabajo, un buen proyecto. Creo que lo hacemos, al menos creo que yo lo hago, y cuando lo haces eres bien recibido, por gestores y por compañeros.
MM – Más cosas. Las galerías de arte. Si les ponemos el termómetro, ¿qué diagnóstico sacaríamos?
A.G.R. – No han llevado bien la crisis las galerías medianas o pequeñas. Sobreviven algunas y otras se han abierto y es de agradecer el esfuerzo, igual que se agradece a editoriales y librerías que se publique y se venda, y que haya espacios para la música y el teatro. Las galerías son la parte comercial visible del arte y son necesarias, pero hay que exigirles proyecto editorial, no meros espacios expositivos y eso no todas se lo pueden permitir. Las grandes galerías no creo que se hayan visto afectadas y siguen en su sitio, con un proyecto claro y avalado. Y a las salas oficiales, públicas, hay que pedirles lo mismo, que no sean un mero espacio, sino que haya línea, proyectos anuales con una relación.
MM – Otra faceta tuya, no menos relevante, es la de ser profesional de la enseñanza. Pregunta obligatoria. ¿La reválida habría que hacérsela a los que la imponen?
A.G.R. – Alguno dirá que ya la hizo, y que no le pasó nada, y deberían pensar que eso no las hace buenas. La LOMCE y sus revalidas son un empeño inútil que contradice su nombre, porque no mejora niveles y porque otros aspectos de la gestión de la educación y sus programas, ratios, presupuestos, materiales, van en contra de la supuesta mejora de la calidad. Lo que pasa es que ahora me temo que se vaya a utilizar como moneda de cambio en cualquier negociación. Nada nuevo se ha dicho en los debates de investidura que no supiéramos ya, y se ha visto como titulares; y mientras, seguimos manteniendo al alumnado en una absoluta ignorancia, por lo menos hasta enero, acerca de cómo serán esas evaluaciones finales en las que se jugarán su acceso a la universidad, o en el caso de la ESO sus posibilidades de estudio. Pero no pasa nada, los medios harán su papel, harán titulares y nos contarán maravillas mientras nosotros nos avergonzamos ante nuestros alumnos.
MM – ¿Cómo ves la situación en las aulas? ¿Pinta tan mal como solemos percibir los que estamos fuera de ese ámbito?
A.G.R. – Sí y no. Está mal, pero hay grandes profesionales que si tuvieran medios, buenos programas y menos alumnos harían un gran papel con ellos, tanto en modalidades presenciales como a distancia. La LOMCE no va a cambiar las cosas a mejor.
MM – Y por último, ¿en qué o quién estás pensando cuando te da por el pincel?
A.G.R. – En mí. Soy autobiográfico.