Entrevista a Domingo Llor

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Domingo Llor

 

Hoy tenemos con nosotros a Domingo Llor. Su última aventura llenó el cielo de Cartagena de delfines. Para todos aquellos que disfrutamos de su amistad y creativad, y para los que aún no lo conocéis, aquí un poco de su día a día. 


Montaña Mágica – Amigo Llor, lo primero. ¿Qué se esconde detrás de la barba?

Domingo Llor – Detrás de la barba se esconde un niño tímido.

MM – Eres un artista polifacético, tal y como muchos sabemos. ¿Podrías definirte de alguna manera como artista para aquellos que aún no te conozcan?

D.L. – Bueno soy polifacético porque tengo inoculado un veneno llamado curiosidad, aprendizaje, investigación, que me conduce a experimentar con nuevas formas de expresión y porque a fin de cuentas aún no tengo demasiado claro qué voy a ser de mayor. El día que lo sepa, que me acomode, que madure, que salga de mi particular laberinto, será el final de la fiesta. Game over, insert coin.

MM – ¿Prefieres las manos para agarrar o los pies para salir corriendo?

D.L. – Cada vez me apoyo menos en las manos, en lo manual, en cualquier atisbo de artesanía. Si he de huir será de todo aquello en lo que no quiero caer, del aburguesamiento mental, por ejemplo.

MM – Cuéntanos algo sobre tu proceso creativo. ¿Esperas a que la inspiración te invada o prefieres tropezarte con ella?

D.L. – La inspiración está sobrevalorada, queda muy bien en contextos líricos trasnochados de mesita, mantel y quinqué. Aunque hay algo parecido a eso cuando cazas una idea al vuelo, algo de la cotidianidad se subraya, se manifiesta como materia prima para elaborar una idea, un concepto, un proyecto. Durante el trabajo hay un momento feliz en el que te tensas como un arco, nada te puede parar, quizá a eso se le pueda llamar estar inspirado.

MM – ¿Y la energía creativa? ¿La sabes canalizar con efectividad o al final eres víctima de la entropía?

D.L. – Soy de praxis; aunque en determinados casos me suele satisfacer el mero hecho de proyectar una obra hasta el mínimo detalle. En ese punto puedes llegar a la conclusión de haberla realizado, de haberla llevado a cabo y comprender la postura de aquel Joan Brossa que describía sus poemas objeto en retazos de papel y no tenía esa necesidad imperiosa de materializarlos.

 MM – Llevas muchos años en esto de la creación. Yo ya te conocía antes de conocerte -eso es ser un poco famoso- y he de reconocer que tu acto escénico sobre el fin del mundo, realizada hace 9 años en el festival Mucho Más Mayo me sorprendió y agradó mucho. ¿Con cuál de todas tus creaciones te quedarías?

D.L. – En realidad hace diez años de eso. En 2006 había un montón de gente sesuda analizando el fenómeno del rotondismo, porque empezaron a florecer rotondas por doquier como fórmula de solución a problemáticas derivadas del tráfico. Se daba la paradoja de que algunas sí que funcionaban, pero otras empeoraban el problema de la circulación. Esas rotondas también generaron una especie de necesidad de ser decoradas, aquel ‘ponga una rotonda en su vida’ desembocó en una suerte de resultados grotescos que provocaron ríos y ríos de tinta.

Ese mismo año nos juntamos unos cuantos amigos con la intención de generar una plataforma de experimentación en arte público, al final tomó forma de festival bajo el nombre de Mucho Más Mayo. Adapté la idea para conseguir algo que tuviera una epidermis asequible al máximo rango de población y diera visibilidad al festival. El resultado fue una isla desierta con un náufrago que hacía vida allí, en una rotonda céntrica de Cartagena, una intervención que rayaba el teatro de calle, el reality o la performance sin ser exactamente nada de ello. Su aceptación popular me condujo a proyectar una secuela para la edición del año siguiente, diseñé un nuevo episodio con el mismo náufrago, en un guiño al final de ‘El planeta de los simios’ en el cual la escenografía sustituía las palmeras tropicales por una reproducción de la estatua de la libertad, enterrada hasta el cuello, y algunos restos de civilización. La monumentalidad de aquella escenografía supongo hizo el resto y halla anulado de la memoria colectiva la primera versión de este proyecto. Quizá se me fue un poco la mano; pero todo esto fue por lo que creía, en su momento, una buena causa.

En respuesta a tu pregunta siempre me quedaría con la que está por venir, no me regodeo mucho en el pasado y soy un tanto inconformista.

MM – Hablemos de vanguardias. ¿Estás con ellas, sobre ellas o contra ellas?

D.L. – Con ellas, desde luego. Tanto si te refieres a las históricas vanguardias de principios del s. XX, como si lo haces a esa condición de intentar ir un paso por delante de lo consabido, de lo establecido; aunque esa postura suponga incomprensión o rechazo por parte de tus coetáneos.

MM – ¿Hay espacio para la creatividad como antes o como antes está todo como siempre?

D.L. – El tinglado, el circuito oficial, no ha cambiado las reglas de juego desde el s. XIX. En la consecución de una sala institucional donde exponer, todo se reduce a algo parecido al mostrador de pescadería, en el cual coges un número y esperas tu turno, al rato te das cuenta de que los que esperan junto a ti son los mismos de siempre. No me distraigo demasiado en eso, lo importante es la obra y no va a ser mejor, ni peor, por el marco en el que se exponga. Esos lugares suelen servir de consuelo para la gente incapaz de conferir peso específico a lo que hace, y se pueden conseguir con habilidades sociales que están muy lejos de los parámetros intrínsecos de la materia en cuestión. Pero el talento, el mojo -como dirían en ‘Austin Powers’- el mojo, amigo, se tiene o no se tiene.

En la actualidad hay muchas fórmulas, muchos subterfugios donde poder poner a prueba la obra sin necesidad de depender de lo institucional.

MM – ¿Nos puedes decir los nombres de los artistas que te influyeron de manera definitiva?

D.L. – No, de ningún modo, nos faltaría pantalla.

Sí te puedo confesar que dibujo desde que tengo consciencia, nunca lo consideré arte, formaba parte de mi cotidianidad. La primera vez que me vi en algo que se acerca a eso que podríamos considerar arte fue con 17 añitos, montando imágenes grabadas de la televisión con cortes frenéticos cada pocos fotogramas, una labor de relojería que conseguía al enfrentar dos vídeos VHS, uno reproducía y el otro grababa. Unas composiciones inspiradas en el ritmo de Nam June Paik o de Norman McLaren, a las que añadía bandas sonoras de corte industrial. Si hubiera dispuesto de una cámara para grabar mis propias imágenes posiblemente hubiera tirado más por Viola.

MM – ¿Sobrevivirá el arte a las nuevas tecnologías o como dicen algunos dinosaurios esto se ha acabado?

D.L. – No sé si te habrás percatado, pero llevas toda la entrevista nombrando la palabra arte y yo intentando eludirla. Esa definición me tiene un poco empachado, preocupado, me entristece un poco por el uso que se le ha dado, la compadezco. A mucha gente se le llena la boca con esa palabra, y se emplea en contextos lamentables.

Las nuevas tecnologías son un revulsivo, hace más daño la tradición, que estanca; aunque no crea en el medio por el medio.

MM – ¿Donald Trump es la continuación nunca contada de los tebeos del Pato Donald en los que este acaba por matar y suplantar a su Tío Gilito quedándose con toda su fortuna?

D.L. – No, ¡jajaja! Ninguno de los desenlaces me entusiasmaba a priori, aún así tengo dos versiones: La primera, que sea una sociedad tan machista como para haberse bloqueado ante el inminente riesgo de erigir a la primera mujer en la historia como presidenta de los Estados Unidos. La segunda se puede aplicar a la sociedad en general, si eres mediocre puedes llegar donde quieras, a lo más alto, los mediocres se entienden entre sí y te van a arropar en un pacto perfecto y bien engranado, el pacto de los mediocres es infalible y una evidente alternativa a la selección natural. Parafraseando a Bruce Lee, un consejo en spanglish: ‘Be mediocre, my friend’.

MM – ¿Éramos o estamos?

D.L. – Éramos ayer alguien diferente a quien somos hoy, hay quien evoluciona y hay quien degenera. Estamos en continua metamorfosis, con el diapasón del tiempo como cadencia.

MM – ¿Profundidad o densidad en tus obras?

D.L. – Profundidad suena a enigma, densidad suena a saturación, a ‘horror vacui’.

MM – Aunque suene petulante, ¿qué tal llevas la gravedad de la existencia?

D.L. – Estupendamente, ahí estoy interactuando con los 9,8 m/s2, sobre la cuerda floja y sin red. Hay veces en las que hasta floto.

MM – ¿Hay vida después del arte?

D.L. – Claro, pero es un poco más gris.

MM – ¿Cómo ves el panorama cultural de la ciudad?

D.L. – Me encanta Cartagena, estoy enamorado de ella, es como si estuviera hecha a mi medida, me costaría encontrar algo más inhóspito donde poder entrenar mis facultades, tengo cierta vocación de faquir, la dulzura no tarda en empalagar. Encima es metafísica y está a orillas de algo más que un mar, el Mediterráneo. ¿Se puede pedir más?

MM – Y si se nos acaban las preguntas, ¿qué nos decimos los unos a los otros?

D.L. – Hay gestos que comunican más que las palabras, y son más honrados por no poderse modular.

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