#1 DISCULPEN (si les llamo caballeros, pero todavía no les conozco bien) con José Daniel Espejo.

Iniciamos una nueva tanda de entrevistas, pero esta vez con un marcado cariz crítico, irreverente y más allá de toda comprensión física.

Nuestros invitados quedan a merced de sus propias contradicciones ante todos nosotros, desnudos y sin afeitar. Y qué más da la estética y la belleza, si nos quedan maravillosas personas como las que os traeremos periódicamente.

Hoy os subimos a La Montaña al poeta y amigo José Daniel Espejo.

Yo de vosotros no dejaría de leerlo.

#1 DISCULPEN

 

PRIMERA DISCULPA

JUSTIFIQUE LA UNIÓN DE ESTOS DOS CONCEPTOS: POESÍA Y TERRORISMO.

Qué complicao. Pero lo voy a intentar. He llegado hasta donde estoy (LOL) vendiendo motos, así que vamos. Poesía y terrorismo parecen términos antitéticos, tal vez también antiéticos. Pero, y cito a Albert Rivera, los extremos se tocan. Hay que tener en cuenta , además (pero esto ya no lo dice, nuestro amigo extremocéntrico) que tanto la etiqueta “extremo” como “terrorista” son una construcción: las decisiones de un ministro de economía actual del montón, ponle Guindos, pasarían en los 70 por alta traición contra la soberanía nacional, por chaladuras de extrema derecha, por goma 2 social. Las acciones de la PAH (concretamente las caceroladas) han sido equiparadas por nuestros medios de masas con actos terroristas. Sigamos con las definiciones, esta vez judiciales (que además de para rellenar el crucigrama, pueden servir para dar con tus huesos en la cárcel). El poeta leonés Aitor Cuervo está condenado a un año y medio por la Audiencia Nacional por un delito de enaltecimiento. La práctica totalidad de los y las poetas de Palestina se vienen enfrentando a acusaciones parecidas, desde Dareen Tatour hasta Mahmoud Darwish. ¿Parecen exotismos, casos aislados? ¿Por cada Federico o por cada Miguel Hernández que muere hay mil poetas catedráticos que crean plácida y libremente a lo largo de toda su vida? No sé.

Ampliemos el foco. Retrotraigámonos. Si la poesía fuese una actividad sin relación alguna con lo que determinados gobiernos llaman terrorismo, si a nuestros mandantes les diese igual un poeta que un registrador de la propiedad, ¿por qué el número de poetas represaliados, encausados, exiliados o silenciados excede al de registradores de la propiedad en número tan aplastante? Tal vez el mayor éxito de los programas antipoetistas estatales consista precisamente en eso, en extender la idea de que la poesía debe ser tan inocua como el registro de propiedades. Nada tan desarticulador como eso: ya los poetas que empiezan lo hacen con armas de plástico. Y sin embargo, ninguna transformación, en ninguna sociedad, se produce sin el concurso de la poesía. Lo que me da pie para volver a colocar por aquí una de mis citas favoritas, esta vez no de Albert Rivera: “Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo. Evoca primero en los hombres y mujeres el anhelo del mar libre y ancho.”.  Ah, sí, perdona. Es de Saint-Exupéry.

 

 

SEGUNDA DISCULPA

CONFIESE: AMA LA NUEVA POESÍA QUE INUNDA LAS ESTANTERÍAS DE LAS LIBRERÍAS.

Claro que confieso: yo caí enamorado de la moda juvenil, de los precios y rebajas que allí vi, etc. Normal. Llevo leyendo poesía española (y, marginalmente, escribiendo un poquito también) desde finales de los 80. Asistiendo a nuevas olas que no tenían gran cosa de nueva, ni tampoco de ola, porque siempre eran cosa de un editor en concreto, o de un pequeño grupo de creadores. Mi experiencia lectora, que se extiende ya a -snif- tres décadas me dice que todo lo que ocurre en la poesía española contemporánea lo hace dentro de los límites de un espectro muy angosto de posibilidades, de un repertorio paupérrimo de tonos, de materiales, de herramientas críticas, de modos de recepción. Hay cierta mentalidad de búnker que impide a nuestra poesía reírse de sí misma -con fantásticas excepciones, claro-, o evolucionar sin complejos, o confluir con otras formas de expresión, o significar realidades específicamente contemporáneas, o -incluso- leer fuera de sus fronteras. Un canon, para mí, algo casposo y chauvinista, esclerótico. Y de repente ves aparecer a todos estos millenials, totalmente ajenos a las acostumbradas estructuras gremiales de relevo generacional (aún basadas en la figura del mentor, tú fíjate, aún con sus normas consuetudinarias y sus círculos concéntricos y sus ritos de paso) en la poesía española, legitimados por un público también hasta ese momento ajeno, ganado gracias a las redes, a saber leer el momento, también por qué no a la construcción de un personaje, a habilidades performativas, a encanto personal. Pero sobre todo gracias al manejo desenvuelto de unos cuantos topoi y unas cuantas técnicas bien aprendidas allí donde nadie parecía estar mirando: las inmensas fuentes de la poesía popular en castellano, el cancionero de la radio, el cine, la tele, internet, etc.

Así que claro que me enamoré. Y no es cierto eso de la banalidad generalizada. Había propuestas interesantes, poetas que luego siguieron creciendo en otras aguas. Lo que les caracterizaba era haber conectado, a través de las herramientas propias disponibles gracias a internet, con un público joven que hasta ese momento no se había acercado a esa poesía de los expositores mal iluminados del fondo de las librerías. Empezaron a caerme bien nada más arreciar las críticas contra ellos, una rumiación increíblemente reaccionaria, sin argumentación, basada en versiones giratorias del “eso no es poesía” de toda la vida.  Se  ponían a hablar y a mí me parecía estar oyendo a un prerrafaelita opinar sobre un graffitti, o a un viejo catedrático entonando el o tempora o mores ante la galopante falta de asistencia a sus clases.

Pero (y por fin llego al pero, perdona la extensión del preámbulo) había un problema: los listos. Desde el minuto uno, el fenómeno estuvo acompañado de comerciantes con olfato (acuérdate del affaire Lapsus Calami, editorial nacida con la década) que han terminado por construir un segundo canon, tan esclerótico o más que el tradicional, tan caricaturesco, a base de colocar poesía en los hipermercados de España. Mientras escribo estas estupideces, hay poetas enviando primeros libros a toda una gama de editoriales (las malignas: Frida, Harpo y Valparaíso, pero también las nuevas subdivisiones de grandes grupos, creadas ad hoc para subirse al carro youtubero) que empiezan por buscar sus nombres en Google y redes sociales, para ver si trae el chaval los deberes hechos de casa y la cartera de clientes ya abultada. Lo que me jode de todo lo cual no es, obviamente, que la industria editorial quiera ganar pasta. Lo que me jode es que todos esos poetas jóvenes ya sepan lo que tienen que hacer para pasar por ese aro: qué tono, qué temas, qué técnicas, qué pose y hasta qué ropa utilizar. Una esclerosis inaceptable, una uniformidad de puro bostezo precisamente en un arte tan necesitado -sabemos desde Shklovski- de остранение: extrañamiento. Pero que me da pie a colocar -otra vezzzz- una de mis citas favoritas de todos los tiempos, ésta de Jean Améry, de Años de andanzas nada magistrales (1971):

El capitalismo monopolista refleja fielmente sus abusos en el juego de sociedad intelectual que convierte en norma el hallazgo y la transmisión de pocos nombres, pocos pensamientos y pocas formas de lenguaje. El nombre se convierte en etiqueta de calidad para la compra. Acaba siendo comparable a la empresa gigante que devora a todas las demás del mismo ramo. A lo peor todo concluye en que cada vez más personas hablan y escriben simultáneamente sobre cada vez menos fenómenos intelectuales. Y esta es toda la triste grandeza de la actividad intelectual en la sociedad capitalista.

 

TERCERA DISCULPA

ANALICE ESTA FRASE: ES ESTE PAIS NO SE LEE. NI BIEN NI MAL. NO SE LEE. VAYA MIERDA DE PAIS.

El País no se lee mucho ya, eso es verdad. Te contestaría pero eso excedería con mucho el propósito y las extensiones de este Bueno, en realidad no. El País no se lee porque se ha convertido en propaganda en un 99%.

Oquei, oquei, ya paro con los chistes fáciles. Vuelvo. En este país. He puesto las palabras clave “En este país” en la cajita de Google y me ha salido esto:

pais

 

En este país, las frases que empiezan con “en este país” suelen ser lapidarias, pesimistas, nostálgicas de un pasado poco democrático, reaccionarias o, simplemente, cuñadas. En este país podemos ignorar tranquilamente toda frase que empiece con las palabras “en este país”. En este país no sería descabellado imaginar la posibilidad de un articulista/tertuliano que empezase cada frase con esas tres palabricas. En este país hipotético del tertuliano muletillero que acabo de describir, un país muy ligeramente distópico, ese señor llegaría lejos, muy lejos. En este país, póngame un cuarto de chopped. En este país, ¿qué haces luego, chata? En este país, solo un par de vinos, agente, se lo juro.

En este país no sé si se lee poco. Los datos de la industria editorial son bastante desastrosos, pero si te fijas, desde el principio de la crisis, se editan más títulos. Nunca exageraremos la importancia de las condiciones técnicas de producción -y perdona que me ponga marxista un momento-, y en el caso del mundo de la edición los avances en impresión digital lo han puesto todo patas arriba. Sin esos cambios en las necesidades de producción, nunca habríamos tenido la explosión de editoriales independientes que estamos disfrutando, y digo disfrutando porque me parece un cambio democratizador que favorece al común de los mortales, redistribuye el poder, fundamental, de decidir qué se edita y qué no. Soy perfectamente consciente de que diciéndole estas cosas a un librero recio de casi dos metros me estoy jugando una yoya. Sé que gran parte de las presiones que sufre la industria editorial recae sobre las librerías, pero la que quiere sobrevivir entiende que no es un Carrefour, y mantiene expuestas también las novedades de las editoriales pequeñas. La long tail, que le dicen a esto.

Por otra parte, las modalidades de lectura no computables en las listas de más vendidos, como el préstamo en bibliotecas, la segunda mano, la descarga alegal o la lectura en pantalla (esta última modalidad nada despreciable si hablamos de poesía -género que parece pensado para internet-) se han disparado. ¿Qué hace esa gente que -reza el cliché (uno que probablemente empezará con las palabras “En este país”)- no despega los ojos de la pantalla del móvil, si no, mayoritariamente, leer? ¿O acaso eso no es leer?

Dios mío, qué brasas soy. Sacadme de mi agonía, anda.

josedas
José Daniel Espejo
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