Acaba de entrar una pequeña niña de la mano de su madre. La sonrisa velada de esta última y los ojos abiertos y limpios de la «princesita» me hacen prepararme para lo mejor.
-¿Ha pasado ya? -me pregunta la niña, asomándose al mostrador.
-¿Quién, cariño? -le respondo.
-¡Pues Papá Noel!- acaba por increparme con gesto de incredulidad
-¡Claro! ¡Claro! -respondo raudo- Vino a las cinco de la madrugada y estuvimos hasta las ocho embalando paquetes.
-¿Sí?
-Sí.
-¿Sí? ¿De verdad?
-Sí, de verdad de la buena.
-¿Sí?
-Que sí
-¿En serio, Mamá? -le pregunta inquieta a su madre.
-Pues este hombre sabrá a la hora que se ha levantado -responde con sorna la Señora.
-Bufff…muy temprano.
-¿Sí?
-Eh, sí.
¿Entonces Papa Noel ya no vuelve?
-El año que vuelve, cariño.
((((Silencio)))
(((Silencio)))
-¡Mamá, vámonos que aquí no hay nadie!
Pues eso, queridos Montañeros. Nada como la sinceridad infantil.