
Si bien Quignard es conocido en España al menos desde 1991 cuando se estrenó la película de Corneau ‹‹Todas las mañanas del mundo›› sobre texto del autor francés (Verneuil-sur-Avre, 1948) con música de Jordi Savall; la editorial Sexto Piso está recuperando recientemente alguno de sus trabajos mayores como Butes y Pequeños tratados. Nos acerca ahora, en cuidada edición, como acostumbra, y traducción de Silvio Mattoni, ‹‹Las lágrimas››, más breve que las citadas pero de gran interés.
Estamos en la Europa del Renacimiento carolingio (750-850), y las historias de dos hermanos mellizos, Nithard y Hartnid, nietos de Carlomagno —y con nombres obviamente anagramáticos— se entrelazan con el nacimiento del idioma francés (que nuestro autor sitúa, con pasmosa exactitud, un 14 de febrero de 842 como lengua hablada y un 12 de febrero de 881 como lengua literaria), la concepción de Europa (no en vano hay un premio Carlomagno al europeísmo) y la rivalidad Francia/Alemania, las incursiones vikingas que darían origen a Normandía, los scriptoria monacales y más.
Porque en Quignard siempre hay más: pintura, música, mitos, leyendas, animales y seres de otro mundo. Su tratamiento de la naturaleza es impresionante, la descripción de las funciones sexuales acongoja por su descarnamiento, y la prosa nos sumerge en otro tiempo (tal vez anterior a toda razón) y en otro mundo. En el atinado texto de contracubierta se nos habla de: ‹‹una neblina de ligereza e incertidumbre, como si volviéramos a la materia prima de la que está hecho el mundo››. Desde las orillas del mar del Norte hasta Bagdad o China, y desde los fiordos noruegos hasta España, Quignard siempre sabe más, regala más: largas tiradas de verso elegíaco, símbolos eternos y eternas debilidades humanas, el canto de los pájaros (como en su paisano Messiaen) y la Eneida de Virgilio. Todo ello en apenas 150 páginas henchidas de sabiduría y sensibilidad, con muchas frases para el recuerdo, bellísimas unas, terribles en su desnudez otras, me permito acabar con una que debería resonar en la mente de todo escritor: ‹‹escribir es bajar la mano al suelo o a la piedra, o al plomo, o a la piel, o a la página, y es anotar el mal››.
[Texto de José Joaquín Bermúdez]